La especie humana siempre ha asumido con resignación la convivencia con el riesgo que representan los procesos naturales de la Tierra. Francisco Javier Ayala-Carcedo, en su libro “Riesgos Naturales” nos dice que: “las catástrofes han existido desde siempre y han tenido un papel importante en la evolución”.

En la historia de la Tierra se han combinado los periodos de sequía con los periodos húmedos y los fríos con los templados, sin que los seres vivos ni los humanos hayan influenciado en el origen de estos ciclos que, por otra parte, generaron toda una serie de consecuencias por lo que a los organismos vivos existentes y su continuidad respecta.

Cabe destacar los efectos beneficiosos que a menudo pueden tener estos episodios extremos. Las erupciones volcánicas aumentan considerablemente la fertilidad de los suelos y las inundaciones de los llanos aportan gran cantidad de nutrientes y disminuyen la salinidad. Las épocas de sequía en los pantanales permiten una mayor oxigenación y compactación de los suelos y una inducción del aumento de la biodiversidad debido a la variabilidad de la altura del agua. Los incendios forestales naturales (no provocados) disminuyen la masa de combustible, incorporan nutrientes en la tierra y permiten el aumento de la madurez del bosque al eliminar el sotobosque y parte de los árboles que compiten.

Las sociedades humanas, a pesar de no poder considerarse como las culpables de todas las grandes catástrofes naturales, interactúan con éstas y en algunos casos modulan su intensidad. Un ejemplo es el que menciona el profesor Ayala-Carcedo cuando señala los enormes problemas ecológicos que han motivado los embalses: desaparición de ecosistemas de ribera, progresiva disminución de los deltas y destrucción de los ecosistemas de laguna. A su vez, estos embalses han acabado por intensificar los efectos de las inundaciones inicialmente generadas por la acumulación de agua de lluvia cuando desembalsan forzosamente el agua embalsada. Este doble papel ha derivado en la demolición de varios embalses al Loire y 500 en EEUU en los últimos años.

Por tanto, la actividad humana puede que no genere en origen las catástrofes naturales pero sí que puede modular su intensidad o incrementar el riesgo por factores varios que hacen que haya una adaptación incorrecta o parcial de la sociedad a la naturaleza. El espectacular incremento de población de los últimos 50 años ha conllevado una mayor ocupación del territorio y una mayor posibilidad de interferencia con los procesos naturales. Un buen ejemplo de esta evidencia se pone al descubierto cuando algunos sucesos catastróficos afectan a zonas superpobladas del planeta como China o India, donde los damnificados y víctimas pueden contarse por decenas de miles. También pueden aumentar los daños cuando los riesgos afectan a un territorio en el cual no se hayan tomado medidas preventivas, cosa que sucede desgraciadamente en muchos países, y de forma mucho más flagrante en las zonas subdesarrolladas de la Tierra.