Desde Naciones Unidas se expresa que algunas de estas críticas indican lo que podría ir mal si los Objetivos, especialmente sus indicadores numéricos, se analizan fuera de contexto y se ven como un fin en sí mismos, en vez de parámetros de referencia del progreso en pro de un objetivo más amplio, como la erradicación de la pobreza humana. Aunque los objetivos ponen de manifiesto el consenso alcanzado sobre las principales metas del desarrollo mundial, no pretenden ser un nuevo modelo de desarrollo. Además, aunque todos son importantes, la prioridad que se adjudica a cada uno se determinará por las estrategias de desarrollo nacionales.

Los Objetivos son ambiciosos y reflejan una necesidad urgente de un progreso mucho más rápido del desarrollo. Su propósito es el de movilizar a la acción y no el de denunciar y avergonzar. Exigen a todos los actores que identifiquen nuevas acciones y nuevos recursos que permitan alcanzar estos objetivos. Cuanto más pobre sea el país, mayor será el reto. Se puede comparar lo que debe hacer Malí para reducir la pobreza a la mitad (es decir, el 36%) antes de 2015, o para reducir en dos terceras partes la tasa de mortalidad de los niños menores de cinco años, 85 muertos por cada 1.000 nacidos, con la tarea a la que se enfrenta Sri Lanka, que es la de reducir la pobreza en un 3,3% y la mortalidad de los niños menores de 5 años a 8 por cada 1.000 nacidos vivos. Esto no quiere decir que Malí esté abocada al fracaso, sino que pone en evidencia que el reto al que se enfrentan los países más pobres es mucho mayor y, por tanto, habrá un mayor esfuerzo por parte de la comunidad internacional. Además, el éxito no se debe juzgar únicamente en la medida que se alcancen los objetivos dentro del plazo. Si se consigue reducir a la mitad la pobreza para 2015, esto no quiere decir que habrá llegado al final del camino, ya que deberá seguir intentando reducirla. Pero, al mismo tiempo, no se debe condenar a los países que no lo hayan alcanzado en el tiempo fijado.